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Thomas Hobbes hizo famosa la locución latina “Homo homini lupus est” (el hombre es un lobo para el hombre) para así justificar la existencia de una monarquía absoluta. Hoy en día nadie en Europa intenta justificar la monarquía absoluta, pero muchos compartiréis conmigo que en cierto modo, el hombre sí es un lobo para el hombre, o mejor dicho: la izquierda es el lobo de la izquierda. Parece que los votantes inquebrantables del PP se mantienen firmes en sus posiciones mientras la izquierda se tambalea con cada problema. En cada legislatura, nuevos grupos anticapitalistas y de izquierda radical aparecen. ¿Es que acaso hay tanto poder, y convencemos a tanta gente, que es mejor repartir votantes? Nada más lejos, la fragmentación sistémica y tradicional de la izquierda española (y europea) perjudica a los propios partidos y beneficia a los socioliberales y conservadores.  Desde un punto de vista crítico voy a intentar dar una explicación y una humilde solución a este cáncer que parece crónico.

No cabe duda que en los momentos donde el poder popular ha tomado el gobierno mediante las urnas (el Chile de Allende, la Francia del Front Populaire y la España de la II República), la izquierda estaba unida ante un mismo objetivo. Todos estos escenarios tienen un factor común: una crisis y una tremenda organización sindical, empujada por una polarización de la sociedad. Todos estos escenarios tienen también el triste final que todos sabemos: golpes de estados internos o externos.

 

Los objetivos de la izquierda

 

Uno de los mayores errores del pensamiento clásico marxista fue pensar que el sistema capitalista estaba condenado a un derrumbe per se. Lo que Marx no pudo prever fue la rápida adaptación y maniobra del sistema liberal a estos cambios y la manifiesta torpeza de una oposición adormecida. Esta adaptación es manifiestamente mejor a cada crisis (1930s, 1970s, 2010s…) Por lo tanto la izquierda tiene un serio problema de impaciencia y objetivos. No se puede dar un brusco cambio al socialismo democrático en un Estado dominado por la élite capitalista interna y externa. Porque no nos engañemos, en España no sólo decide el Gobierno, y no sólo deciden los españoles. No se pueden recoger firmas por una renta básica de ciudadanía cuando se bajan pensiones y no se pagan becas. La izquierda se desilusiona porque sus objetivos son demasiado difíciles de conseguir. Salvando las distancias, Marx preconcebía distintas etapas en el advenimiento del comunismo y así tiene que ser con una democracia socialista. Desde mi punto de vista, una pragmática simplificación de los objetivos traería un triple impacto positivo: una aglomeración de fuerzas políticas de izquierda, bajo una misma bandera; una mayor coherencia y cumplimiento de objetivos; y sobre todo, una mayor conexión con la sociedad civil.

 

Claro que es importante la corrupción en los dos partidos liberales de este país. Por supuesto que son importantes los escandalosos indultos que se han concedido, o la vida de lujo que lleva la realeza. Pero la gente se une más por problemas que afectan a su vida cotidiana. Nunca veremos en un futuro cercano a una ciudad española sublevada por la República pero sí hemos visto levantada la tranquila Burgos contra una inversión estúpida concedida a un cacique en un barrio donde las guarderías municipales no tienen dinero. Los movimientos civiles espontáneos por asuntos concretos tienen hoy más capacidad de movilización que los partidos políticos. En las calles se huele la revolución y el cambio que no llega a muchos despachos.

 

La legitimación del poder

 

Esto me lleva a señalar la importancia de los movimientos de barrio, más cercanos al pueblo que muchos políticos. Una excelente y necesaria medida que se puede tomar, y de la que Equo, Izquierda Abierta y Podemos son vanguardia es la convocatoria de primarias abiertas y abrir el partido a simpatizantes. Es un cambio radical que seguro que cambiará el concepto de partido. Debemos cambiar todo para que la gente vuelva a confiar en sus representantes y estos tengan en cuenta a sus votantes. Hace tiempo hablaba con un amigo inglés sobre la situación política en nuestro país. Le sorprendió enormemente cuando afirmé “cada ley que pasa por el parlamento sigue siempre el mismo protocolo, aceptada en bloque por el partido y rechazada ampliamente por la oposición”. La disciplina de partido es una de las enfermedades de nuestra democracia. Cada representante se debe a sus representados. Un diputado del Partido Popular por Burgos no sólo representa al partido, sino también a las burgalesas y burgaleses.

 

Salta a la vista que el sistema político está desprestigiado a ojos de jóvenes, mayores, izquierdistas y gente de todos los colores políticos. La gente deposita su confianza en un gobierno que no tiene poder para gobernar. El discurso político se llena de ideas abstractas, reproches e ingeniería estadística. Europa y las entidades municipales, con un importante peso económico e impacto en la vida cotidiana, raramente salen al encuentro político con la ciudadana o ciudadano común. No solo el poder político, sino sobre todo el poder social, tienen que bascular a las entidades municipales, comarcales y, al otro extremo, a la unión Europea. ¿Qué sentido tiene mantener un Gobierno que manda recortes en Sanidad, cuando no es su competencia, con débil imagen internacional y tener una red de municipios infectados por la corrupción como consecuencia de la poca participación ciudadana?

Estamos en un momento muy delicado, de recuperación macroeconómica y de enraizamiento de la pobreza en las clases medias y de la miseria en las clases bajas y corremos el peligro de aceptar esta situación o de hablar de cifras, porcentajes o déficits y así vaciar el discurso, como ya lo han vaciado los que ahora toman las riendas de Europa. Oigo decir a muchos que hacen falta líderes fuertes, que hacen falta ideas e iniciativas. Yo veo suficientes ganas y suficientes iniciativas. Lo que debe hacer la izquierda es ser más generosa e inclusiva, y ser más paciente, más dialogante. El nombre de los líderes pasará a la historia, pero quien pone en marcha el país son las trabajadores y trabajadores que ponen el despertador a las seis para coger un metro que cada vez sube más para ir a un trabajo con cada vez peores condiciones.

Opinión: la división de la izquierda

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